Entrevista psicológica que parece cuento
Entrevista con el psicólogo
─Hola, sí, pase ─dijo el psicólogo mientras el paciente ingresaba al consultorio. Era la primera entrevista, la ansiedad se notaba en ambos ─. Siéntese. Deje por ahí su campera, sí, por ahí no más.
El muchacho se sentó con las manos tomadas sobre el regazo.
─Bueno, bueno, empecemos, cuénteme: ¿Cuál es el motivo manifiesto de consulta? ─ preguntó el licenciado. El joven paciente descentró su atención y titubeó, al tiempo de empezar a descomponer la pregunta el psicólogo extraía del escritorio un manojo de hojas sin abrochar que ordenaba frente al paciente, las apiló y las golpeó contra el escritorio ruidosamente:
─Si, mire no sé que es motivo manifiesto, pero...
─No, espere, espere ─lo interrumpió. El paciente se asustó─. Mejor, acá, acá tengo unas preguntas, así vamos más rápido y directamente al grano.
─No doctor, no siga, así no ─impuso el paciente─. Mejor deje que hable y Ud. después me pregunta si algo no le quedó claro.
─Una semidirección ─pensó en voz alta─. Bueno, bueno, como Ud. prefiera. Aunque me estaría armando usted el encuadre. A ver, vamos a decir que yo le pregunté que le andaba pasando y me disponía a escucharlo.
─¿Encuadre doctor?
─Si lo voy a pintar y encuadrar. ¡Chiste, chiste! Es lo que le voy a cobrar, cincuenta pesos cada vez que venga, una vez a la semana, ¿entiende? Si falta me avisa y me deposita. No hay tutía con las faltas, los faltones se pagan igual, y más del veinticinco por ciento de inasistencias pasa a firmar el cuadernito de los pacientes rebeldes. ¿Usted quiere pertenecer a ese “grupito”?
─No, pero. ─Calló, elaboraba la verborrágica información. El silencio se prolongó incómodo, la ansiedad dejó paso a la angustia. El psicólogo se sintió como un nene que luego de balbucear percibía que el entorno no le había cazado ni una.
─¿En qué piensa? ─dijo con voz pausada y suave, modulando cada palabra queriendo traer paz.
─En que me cae mal ─respondió el interlocutor.
─Mejor guardemos unos minutos más de silencio hasta que esa idea tonta se pase.
─Doctor, Ud. no entiende, yo vengo porque necesito ayuda, si no ni llamaría por teléfono.
─Sí, pero el que piensa boludeces es Ud. ─dijo y agitó la mano para que continuara─. Siga que lo escucho y no me meto, pero lo voy a observar y estaré atento a todos sus movimientos, así que relájese.
─No me gusta que me observen.
─Acostúmbrese hombre, yo disimulo.
─Pero me lo acaba de decir.
─¡Déjese de joder, que tantas ñañas! Empiece de una vez.
Otro silencio.
─Por ejemplo ¿cuándo fue la última vez que habló con un psicólogo?
─Esto parece una confesión.
─¡Ahí vamos otra vez! Es que Ud. le da vueltas al asunto ─dijo el psicólogo─. Capaz que la culpa fue por el encuadre─ pensó en voz alta.
─No entendí lo del encuadre. Me va a retratar si o no.
─¡No!, cómo cree, tengo hoja y lápiz pero es para escribir algunas pavadas suyas. Lo que digo es que Ud. me dijo cómo comportarme y yo tenía que haber definido eso.
─Hagamos como Ud. quiera: si quiere yo lo dejo hablar y después si queda tiempo hablo yo.
─¡Listo!, así me siento mejor.
─¿No debería acaso ser yo quien se sintiera mejor?
─A pesar de que su voz suena clara y dulce, su cara de culo no dice lo mismo y el tono, el tono me da a que es ironía. Así no me dan ganas de seguir.
─¡¿No soy yo el que decide eso?!
─Usted o calla o hace catarsis! Ayer cuando me llamó por teléfono me pareció un tipo sensible, tranquilo, macanudo, ahora se me está invirtiendo su rol.
─¿Cuál rol?, Ud. no define los roles, me hace actuar como que el paciente es Ud.
─Soy paciente, sino lo habría hecho echar con seguridad.
─¿Qué seguridad, si acá no hay nadie más que nosotros dos?
─Con toda la seguridad de que como cliente no me sirve.
Otro silencio. Más largo.
─¿puedo hablar? ─ dijo el psicólogo.
─El colmo que no le deje hablar yo.
─Bueno, no se altere, esto es culpa suya, si me hubiese dejado hacerle las preguntas que tengo en aquellos apuntes no tendríamos estas conversaciones.
─Esta bien, pregunte.
─¿Nombre?